Arte y miserias del negocio ambulante

Posiblemente muchos asociéis la vida social de China con la pintoresca imagen de multitud pequeños y variados negocios apiñados en calles y plazas. Sin embargo, lo que no tanta gente sabe es que la venta en las vías públicas está cada vez más perseguida en este país.

Con el aumento de las diferencias de clase y de consumo, más empresarios consideran que los puestos de venta de bienes y servicios regentados frente o sobre “su” pedazo de acera no atraen al tipo de clientes que desean.

Por su parte, el gobierno parece convencido de que lo que China necesita son las calles despejadas al estilo de las grandes urbes occidentales, y en los últimos años está llevando al extremo su muy cuestionable estrategia para que la iniciativa empresarial circule por cauces más sujetos al control de las actividades y la tributación.

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(Abajo) Jubilado con su puesto de venta en la esquina de una acera (el de la espada está de broma).

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Pero al margen de que regentar un local tampoco suponga una clara garantía al respecto, dada la flexibilidad con la que se aplican las normas y leyes del ámbito económico, lo realmente cuestionable de esta política reside en el frecuentemente desmedido uso de la violencia por parte de los Chengguan, la fuerza para-policial encargada de “limpiar” las calles de vendedores ambulantes (entre otras competencias).

Por eso, hoy más que nunca, a los millones de particulares y familias que se ganan la vida de esta manera, no les queda otro remedio que mantenerse muy atentos ante esta amenaza, e ingeniárselas para poder recoger todo en segundos y desaparecer.

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Cuanto más cerca del centro urbano se trabaje, más ventajoso resulta contar con un puesto compacto capaz de escabullirse entre el denso tráfico, como el del zapatero-costurero de la foto superior, mientras que en los suburbios o zonas rurales es más fácil encontrarse con vehículos de gran tamaño (o tracción animal).

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Por otra parte, mientras aquellos puestos con un “stock” más voluminoso constituyen la presa más fácil y recurrente para los “agentes del orden”, otros negociantes de más dudosa profesionalidad parecen campar a sus anchas, como los adivinos que frecuentan las proximidades de templos y lugares de culto religioso.

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Por otra parte, aunque la mayoría de estos negocios constituyen una precaria solución laboral para la parte más humilde de la sociedad china, también hay grandes empresas, entre ellas unas cuantas nacionales, que le sacan partido a eso de vender por la calle a través de métodos discutiblemente legítimos.

Por ejemplo, al pasear por calles con un mínimo de movimiento, no es extraño encontrarse con furgonetas dedicadas a vender tarjetas SIM con números de teléfono disponibles (algunos chinos tienen preferencia por determinados números), aunque no sabemos si también existen medidas contra este tipo de prácticas.

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En resumen, y por paradójico que resulte para aquellos que identificamos una buena parte de verdad en las tesis del marxismo, todo apunta a que, una vez más, son los más desfavorecidos y quienes carecen de oportunidades los que se enfrentan en dos bandos -el de la para-policía y la venta ambulante- mientras adinerados y políticos se reparten los frutos del capitalismo de amiguetes. ¡Tan lejos, tan cerca!

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